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Archive for the ‘verso’ Category

No hay cicatriz, por brutal que parezca

que no encierre belleza.

Una historia puntual se cuenta en ella,

algún dolor. Pero también su fin.

Las cicatrices, pues, son las costuras

de la memoria,

un remate imperfecto que nos sana

dañándonos. La forma

que el tiempo encuentra

de que nunca olvidemos las heridas

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Siempre fue la tristeza
un dócil animal de compañía
con el que yo he jugado algunas tardes. 

Sin apretar los dientes me tiraba del brazo,
paseaba conmigo, se sentaba a mis pies
en los fríos inviernos.
En los días aciagos, por probar su obediencia,
le lanzaba mi alma, y ella me la traía,
dulcemente empada en su aliento doméstico.

Siempre fue la tristeza
un dócil animal de compañía,
que hace tiempo ha adoptado
esta fea costumbre de morder a su amo

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De nuevo, cuando una mujer escribe:

 

Enamorarse es recordar que uno es exiliado, y ésta es la razón por la que la víctima no quiere que la curen, aunque grite: no puedo soportar esta no vida. No puedo soportar este desierto.

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Yo te he conocido vestido de nostalgia

como una isla de pájaros ingrávidos,

coronado de sosiego,

y de prisa.

 

Y te he conocido, también,

atropellado por espaldas fugaces

y rendido, exhausto,

ante la eternidad de un abandono

-persiguiendo la sombra de un pelo rizado-.

 

Te he conocido lejano y alegre

y he bebido la copa que me ofrecías triunfante

y he saboreado el amargo licor de la brevedad

-y me he extasiado con su veneno-.

 

También te he conocido de espaldas

y en el lecho de un mar amarillo,

despidiendo al hastío con cuentos antiguos,

y allí, allí he movido tu cuerpo

y sentido tu mano como un guante nuevo

 

Y he conocido tu piel en verano,

besada por el sol más ardiente

y en diciembre me he desnudado dentro de tu corazón

-y he recibido el hielo que entonces me echara-.

 

Porque también te he conocido límite, precipicio,

y he volado,

y he naufragado en tu orilla, y me he estrellado

-y he aprendido que el dolor es eterno

para los infinitos ecos del olvido-.

 

Porque lo eterno es también veloz y frágil

y así te he conocido:

oleaje, murmullo, gemido,

con tu garganta de viento roto

y sutil, a veces,

como el canto de marfil de un arpa.

 

Yo, yo que te he conocido vacío, y repleto

y en tus horas más tristes

y en tu alegría más grave

he comprendido, por fin, lo que decía el poeta:

«hay un algo de pena insondable

en los ojos sin lumbre de cielo»

 

Y yo, que te he conocido también apagado,

y frío y mudo y cobarde,

lo supe en silencio:

 

«Son esos mismos, tus ojos de cielo,

y a pesar de todo,

y aun así

                                                   te quiero».

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