Yo te he conocido vestido de nostalgia
como una isla de pájaros ingrávidos,
coronado de sosiego,
y de prisa.
Y te he conocido, también,
atropellado por espaldas fugaces
y rendido, exhausto,
ante la eternidad de un abandono
-persiguiendo la sombra de un pelo rizado-.
Te he conocido lejano y alegre
y he bebido la copa que me ofrecías triunfante
y he saboreado el amargo licor de la brevedad
-y me he extasiado con su veneno-.
También te he conocido de espaldas
y en el lecho de un mar amarillo,
despidiendo al hastío con cuentos antiguos,
y allí, allí he movido tu cuerpo
y sentido tu mano como un guante nuevo
Y he conocido tu piel en verano,
besada por el sol más ardiente
y en diciembre me he desnudado dentro de tu corazón
-y he recibido el hielo que entonces me echara-.
Porque también te he conocido límite, precipicio,
y he volado,
y he naufragado en tu orilla, y me he estrellado
-y he aprendido que el dolor es eterno
para los infinitos ecos del olvido-.
Porque lo eterno es también veloz y frágil
y así te he conocido:
oleaje, murmullo, gemido,
con tu garganta de viento roto
y sutil, a veces,
como el canto de marfil de un arpa.
Yo, yo que te he conocido vacío, y repleto
y en tus horas más tristes
y en tu alegría más grave
he comprendido, por fin, lo que decía el poeta:
«hay un algo de pena insondable
en los ojos sin lumbre de cielo»
Y yo, que te he conocido también apagado,
y frío y mudo y cobarde,
lo supe en silencio:
«Son esos mismos, tus ojos de cielo,
y a pesar de todo,
y aun así
te quiero».
Read Full Post »