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Archive for the ‘miedo’ Category

«Todas nuestras ideas no son sino representaciones de los objetos que nos impresionan; ¿qué es lo que puede representarnos la idea?, ¿no es tan imposible como efectos sin causa? Algunos doctores, proseguiréis, aseguran que la idea de Dios es una idea innata, y que esa idea la tienen los hombres desde el vientre de su madre. Peroesto es falso, les seguiréis diciendo; todo principio es un juicio, todo juicio es efecto de la experiencia, y la experiencia no se adquiere más que por el ejercicio de los sentidos; de donde se sigue que principios religiosos no se refieren evidentemente a nada y no son en modo alguno innatos. ¿Cómo es que se ha podido, proseguiréis, persuadir a seres razonables de que la cosa más difícil de comprender era la más esencial para ellos? Es que se les ha espantado terriblemente; es que, cuando se tiene miedo, se deja de razonar; es que, sobre todo, se les ha recomendado desconfiar de su razón, y cuando el cerebro está trastornado, se cree todo y no examina nada. La ignorancia y el miedo, les diréis todavía, ahí están los dos fundamentos de todas las religiones. La incertidumbre en que se encuentra el hombre respecto de su Dios es precisamente el motivo que le hace aferrarse a su religión. El hombre tiene miedo en las tinieblas, así en el sentido físico como en el moral; el miedo se hace habitual en él y se convierte en necesidad: creería que le faltaba algo si dejara de tener nada que esperar o que temer. Volved a continuación al tema de la utilidad de esa moral: dadles a propósito de esta gran cuestión mucha más cantidad de ejemplos que de lecciones, muchas más de pruebas que de libros, y haréis de ellos unos buenos ciudadanos, haréis de ellos buenos guerreros, buenos padres, buenos esposos; haréis de ellos unos hombres más encariñados con la libertad de su país cuanto que ninguna idea de servidumbre podrá ya nunca más presentarse a sus espíritus, que ningún terror religioso vendrá a turbar su genio».

filotocador

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Te he vuelto a ver, pintado de azul, en la puerta de mi casa, palpitando como un reloj. Con tu coche blanco, tu camisa rosa, tu pelo marrón. Y tan oscuro.

No sé cómo he aprendido a conciliar tantas contradicciones. He sido muchas cosas; silencio en tu grito, barca en tu naufragio. He aprendido a ser muchas cosas: sutura en mi herida, timón de tus olas, libre en tu cárcel. Te he descubierto repleto de nada, y me he sorprendido llena en tus manos.

No sé si fuiste real, y no sé mucho de la vida, pero conozco mi dolor, y me alegro de padecerlo. ¡Cómo si no, ser capaz de distinguirte de mis sueños!

Ojalá entendieras que he dejado de esperarte, pero sigo mirándote como quién mira un océano. La tristeza no te corresponde. Que el soplido de su miseria se quede en poesía.

La realidad es una moneda al aire. Ganaré la caricia del tiempo, cuando deje de supurar mi llaga. O dicho de otro modo, que el dolor brillará mientras me acaricie. Aprenderé pronto muchas cosas: que besar mi herida es darle un nuevo latido. Entenderé pronto, LO JURO, que dejar de consolar al león que llora en mi interior es el único modo para que deje de rugirme.

Habrá otra lagrima atrapada, quizá dos, pero no más. Lo tengo muy asumido. Todas las derramé en ese hotel. La desembocadura del dolor es infinita, pero su cauce acaba por secarse.

Sin remedio me vuelves a mirar, cuando ya creía imposible volver a romperme. Como una incesante cascada, me llueve el tormento azul de tus palabras. Pero me recompondré. Me repararé. Me enmendaré como un tejido viejo.

El día que te fuiste llovían paradigmas negros. El avión no tuvo piedad y te escupió su quejido de humo. El sonido de tus botas hicieron mis maletas. Yo no cogí solo un avión de vuelta a casa. Cogí también un avión hacia mí misma. (Todavía estoy buscándome. Tengo que estar en algún lugar, entre el eco del impacto, y la esperanza).

Recuerdo tu adiós, cómo no hacerlo, hecho de verso oceánico. Su memoria quedó atrapada en la ciudad verde. Lo recordaré por siempre ¡Inconcebible es que un solo rayo de olvido penetre en tu recuerdo!

La calle enmudeció como un inmigrante ajeno al cielo que pisa nuevamente. Ahora, diez días después, desplazas el invierno de ciudad. Cuando te marchaste era otoño. Ahora es invierno, y bebemos vino en el bar del primer día. Qué decirte, mientras me observas sin mirarme. Qué decirle a quién destruye una ilusión ¿No es este el elemento de la vida?

Pero sé que es inevitable entorpecernos. Ya no sé quién es la que te quiere, si soy yo (la que te ama, -como siempre, o como nunca-) con la locura de un naufrago que avista tierra, o si es mi fantasma, es decir, lo que queda de mí después de ti. Entiéndelo, mi corazón, que te soñó, ahora solo es un retrovisor empañado.

¿Son estos tus labios, que ahora me sonríen, los mismos que pronunciaron mi sentencia? ¿Es este el mismo coche que nos atravesó por innumerables autopistas? ¿Es tu piel mi mismo abrigo? ¿revisten tus dedos los mismos miedos?

No, no eres el mismo que solía aparcar en cualquier esquina y dudar si era oportuno darme o no un beso. No soy la misma que los recibía con torpeza. Pero con las ganas de una loca.

Cómo explicarte que lo más difícil que he hecho en mi vida ha sido entender que jamás volveré a desnudarte. Que mirarte es también conjugar el pretérito. Arrancar su eterna costra al olvido.

Pronto el vino subió a tus mejillas, como un caminante exhausto, y te coloreó de sosiego.  No, Nunca estás más bello como cuando vistes de nostalgia. Nunca más repleto que cuando enmudece tu pecho.

Caminas por mi mismo barrio, pero con la voz más descosida. Ya no me beso con la rabia, pero mi amante es el recuerdo, y compartimos cama cada noche.

Vuelvo a verte, en definitiva. Y me derrito. Y resucito. Y me muero. Qué palabras me quedan después de que me hayas robado todas. Qué decir a quien ocupa un pecho. Cómo cerrar una puerta que jamás se abrió.

Tímidamente, me asomo entre tus pecas y… bailotean, como siempre, por tu piel.  No sin esfuerzos, me atrevo a mirar tus manos, y encuentro el lunar de tu pulgar, inamovible, donde intenté deshacer mis maletas. Y me pregunto quién será la afortunada que logre instalar una chimenea en tu costado, definitivamente.

Qué nuevas proyectos acechan en tus comisuras. Qué reservas ya no volverán a ser mías Pero… ¿Alguna vez lo fueron? Tus palabras de lealtad ¿Acaso me traicionaron? ¡Ah! ¿Puedo odiarte? ¿Cómo? ¡Si te lo debo todo! Y me suplicas que no te olvide, y  yo me río y tú me llamas cruel…¡¿Cómo puedes conciliar esa locura?!

¿Olvidarte? ¿Es eso posible? ¡Yo…que he vivido para ti! ¿Cómo olvidarte sin olvidarme? ¿No dijo aquel poeta que olvidar era también tener memoria?

Pero créeme, ¡Escúchame ahora, que después me coseré el alma para siempre! ¡Qué ironía es deberle todo a quién te lo ha arrebatado!

 

Aprenderé a desandarte,

herida,

cicatriz de agua…

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“No conoceréis al miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mi y a través de mi. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Sólo estaré yo.”

Imagen*Temple de huevo y óleo / tabla 90 x 57 cm. (1997)

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