Más allá del olvido,
la memoria,
terca, espera por todos:
por aquel compañero de pupitre
que dejó de volver una mañana;
por aquella muchacha
que se coló en el sueño sin salida,
perdió los hilos prendidos a sus manos,
y dejó de mover su marioneta;
o por aquel dolor,
lacerante y confuso,
de la primera flor del mes de abril,
que cayó al mar de cimbras.
Un buen día, el espejo
se ha llenado de arrugas.
Brotan
de la memoria
a cientos, los fracasos,
y ya no queda tiempo,
ni hay remedio.