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Archive for agosto 2013

Hubiera salido a ti
en lo dulce y en lo vivo,
en lo abierto de la risa
y en lo claro del instinto,
y a mí… tal vez que saliera
en lo triste y en lo lírico,
y en esta torpe manera
de verlo todo distinto.
¡Ay, qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!
Tres caballos, dos espadas,
un carro verde de pino,
un tren con cuatro estaciones,
un barco, un pájaro, un nido,
y cien soldados de plomo,
de plata y oro vestidos.

[…]

Nos saludamos de lejos,
como dos desconocidos;
tu marido sube y baja
la chistera; yo me inclino,
y tú sonríes sin gana,
de un modo triste y ridículo.
Pero yo no me doy cuenta
de que hemos envejecido,
porque te sigo queriendo
igual o más que al principio.
Y te veo como entonces,
con tu cintura de lirio,
un jazmín entre los dientes,
de color como el del trigo
y aquella voz que decía:
«¡Cuando tengamos un hijo!…»
Y en esas tardes de lluvia,
cuando mueves los bolillos,
y yo paso por tu calle
con mi pena y con mi libro
dices, temblando, entre dientes,
arropada en los visillos:
«¡Ay, si yo con ese hombre
hubiera tenido un hijo!…»

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Todos necesitamos a alguien que nos mire. Sería posible dividirnos en cuatro categorías, según el tipo de mirada bajo la cual queremos vivir.

La primera categoría anhela la mirad a de una cantidad infinita de ojos anónimos, o dicho de otro modo, la mirada del público. Ese es el caso del cantante alemán, de la actriz norteamericana y también del redactor con barbas largas. Estaba acostumbrado a sus lectores y, cuando un buen día los rusos cerraron su semanario, tuvo la sensación de que el aire era cien veces más enrarecido. Nadie podía reemplazarle la mirada de los ojos desconocidos […]

La segunda categoría la forman los que necesitar para vivir la mirada de muchos ojos conocidos. Estos sin incansables organizadores de cócteles y cenas. Son más felices que las personas de la primera categoría quienes, cuando pierden a su público, tienen la sensación de que en el salón de su vida se ha apagado la luz. A casi todos ellos les sucede esto alguna vez. En cambio, las personas de la segunda categoría siempre consiguen algún de esas miradas.

Luego está la tercera categoría, los que necesitan de la mirada de la persona amada. Su situación es igual de peligrosa que la de la primera categoría. Alguna vez se cerrarán los ojos de la persona amada y en el salón se hará la oscuridad.

Y hay también una cuarta categoría, la más preciada, la de quienes viven bajo la mirada imaginaria de personas ausentes. Son los soñadores…

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-¿Qué es la belleza? dijo Franz y ante sus ojos apareció la inauguración de una exposición en la que tuvo que participar recientemente en compañía de su mujer.  La infinita vanidad de los discursos y las palabras, la vanidad de la cultura, la vanidad del arte.  Cuando ella trabajaba como estudiante en la Obra de la Juventud y tenía el alma envenenada por las alegres marchas […] el sacerdote pronunciaba con voz cantarina una frase que la gente repetía en coro. Eran letanías. Las palabras, siempre iguales, volvían como un peregrino que no puede despegar los ojos del paisaje o como un hombre que no es capaz de despedirse de la vida.

Lo que repentinamente había encontrado en aquella iglesia no era a Dios, sino a la belleza. Sabía perfectamente que aquella iglesia y aquellas letanías no eran bellas en sí mismas. La misa era belleza porque se le había aparecido, repentina y secretamente, como un mundo traicionado.

Desde entonces sabía que la belleza es un mundo traicionado. Solo podemos encontrarla cuando sus perseguidores la han dejado olvidad por error en algún sitio. La belleza está oculta tras los bastidores de las manifestaciones. Si la queremos encontrar, tenemos que rasgar el lienzo del decorado.

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Sabina se quedó sola. Regresó al espejo. Seguía en ropa interior. Volvió a ponerse el sombrero y estuvo largo rato observándose. A ella misma le resultaba extraño llevar ya tantos años persiguiendo un instante perdido.

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Quien busque lo infinito que cierre los ojos

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Las preguntas verdaderamente serias son aquéllas que pueden ser formuladas hasta por un niño. Sólo las preguntas más ingenuas son verdaderamente serias. Son preguntas que no tienen respuesta. Una pregunta que no tiene respuesta es una barrera que no puede atravesarse. Dicho de otro modo: precisamente las preguntas que no tienen respuesta son las que determinan las posibilidades del ser humano, son las que trazan las fronteras de la existencia del hombre.

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Una novela no es una confesión del autor, sino una investigación sobre lo que es la vida humana dentro de la trampa en que se ha convertido el mundo.

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“¡Oh tú, voluntad mía, cambio de rumbo de toda necesidad, necesidad mía! ¡Tú que estás dentro de mí, y por encima de mí!”

“Así Habló Zaratustra” 

 

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¿Qué saben del amor quienes

confunden arrojarse al vacío con

volar?

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«Cuanto más vulgar e ignorante es el hombre, menos enigmático le parece el mundo; todo lo que existe y tal como existe le parece que se explica por sí solo, porque su inteligencia no ha rebasado aún la misión primitiva de servir a la voluntad en calidad de mediadora de motivos.»

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Nada me has dado

El amor es la propia culpa y también la única redención posible. O en otras palabras, cómo curarse de lo que cura. Aprendí a esperar, porque quien ama espera, necesariamente.

Te esperé, porque te quise querer bien (no existe otro modo) y porque amar es esperar, -no me hubiera permitido ser cobarde-.  Más tarde comprendí que en realidad, no hice ningún mérito. Esperarte jamás fue una decisión. En definitiva, que me enseñaste a vivir, para matarme luego. No te lo reprocho. Te lo agradezco, porque ahora comprendo que quien te da la vida también puede arrebatártela.

Es apropiado citar la frase del famoso poeta: «nada me has dado y todo te lo debo».

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