Todos necesitamos a alguien que nos mire. Sería posible dividirnos en cuatro categorías, según el tipo de mirada bajo la cual queremos vivir.
La primera categoría anhela la mirad a de una cantidad infinita de ojos anónimos, o dicho de otro modo, la mirada del público. Ese es el caso del cantante alemán, de la actriz norteamericana y también del redactor con barbas largas. Estaba acostumbrado a sus lectores y, cuando un buen día los rusos cerraron su semanario, tuvo la sensación de que el aire era cien veces más enrarecido. Nadie podía reemplazarle la mirada de los ojos desconocidos […]
La segunda categoría la forman los que necesitar para vivir la mirada de muchos ojos conocidos. Estos sin incansables organizadores de cócteles y cenas. Son más felices que las personas de la primera categoría quienes, cuando pierden a su público, tienen la sensación de que en el salón de su vida se ha apagado la luz. A casi todos ellos les sucede esto alguna vez. En cambio, las personas de la segunda categoría siempre consiguen algún de esas miradas.
Luego está la tercera categoría, los que necesitan de la mirada de la persona amada. Su situación es igual de peligrosa que la de la primera categoría. Alguna vez se cerrarán los ojos de la persona amada y en el salón se hará la oscuridad.
Y hay también una cuarta categoría, la más preciada, la de quienes viven bajo la mirada imaginaria de personas ausentes. Son los soñadores…
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-¿Qué es la belleza? dijo Franz y ante sus ojos apareció la inauguración de una exposición en la que tuvo que participar recientemente en compañía de su mujer. La infinita vanidad de los discursos y las palabras, la vanidad de la cultura, la vanidad del arte. Cuando ella trabajaba como estudiante en la Obra de la Juventud y tenía el alma envenenada por las alegres marchas […] el sacerdote pronunciaba con voz cantarina una frase que la gente repetía en coro. Eran letanías. Las palabras, siempre iguales, volvían como un peregrino que no puede despegar los ojos del paisaje o como un hombre que no es capaz de despedirse de la vida.
Lo que repentinamente había encontrado en aquella iglesia no era a Dios, sino a la belleza. Sabía perfectamente que aquella iglesia y aquellas letanías no eran bellas en sí mismas. La misa era belleza porque se le había aparecido, repentina y secretamente, como un mundo traicionado.
Desde entonces sabía que la belleza es un mundo traicionado. Solo podemos encontrarla cuando sus perseguidores la han dejado olvidad por error en algún sitio. La belleza está oculta tras los bastidores de las manifestaciones. Si la queremos encontrar, tenemos que rasgar el lienzo del decorado.
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Sabina se quedó sola. Regresó al espejo. Seguía en ropa interior. Volvió a ponerse el sombrero y estuvo largo rato observándose. A ella misma le resultaba extraño llevar ya tantos años persiguiendo un instante perdido.
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Quien busque lo infinito que cierre los ojos
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Las preguntas verdaderamente serias son aquéllas que pueden ser formuladas hasta por un niño. Sólo las preguntas más ingenuas son verdaderamente serias. Son preguntas que no tienen respuesta. Una pregunta que no tiene respuesta es una barrera que no puede atravesarse. Dicho de otro modo: precisamente las preguntas que no tienen respuesta son las que determinan las posibilidades del ser humano, son las que trazan las fronteras de la existencia del hombre.
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Una novela no es una confesión del autor, sino una investigación sobre lo que es la vida humana dentro de la trampa en que se ha convertido el mundo.
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