Las incesantes leyes pedagógicas nos proponen que aprendamos a aprender, que aprendamos a emprender, que aprendamos a usar las nuevas tecnologías, a la ciudadanía, a los valores (siempre y cuando democráticos) y a un centón de cosas más. Según reza el refranero, el saber no ocupa lugar, aunque uno a veces abriga la sospecha de que Luis Cernuda iba mejor encamiando cuando objetó: «el saber ocupa lugar, tanto que puede desplazar a la inteligencia». De todas maneras, esto no afecta a nuestros estudiantes sino apenas a algunos profesores de los que Borges llamó crédulas universidades. Más cerca nos cae el aviso de Unamuno: «El maestro que enseña jugando acaba jugando a enseñar». Contra la tentación lúdica siempre nos quedarán los exámenes y el riesgo de suspenso.
Yo solamente quería proponer que, para la nueva reforma educativa, que estará al caer, pues no paran, se contemple otro aprendizaje: aprender a suspender. Las pedagogías modernas descuidan este aspecto, y resulta clave si queremos preparar de verdad a los alumnos para el futuro.
Mi propia experiencia demuestra que la mayor part del tiempo se la pasa uno fracasando. Muchos de nuestros proyectos no salen como habíamos pensado o directamente no salen. La vida es una evaluación continua, uf, y al final de la misma, según San Juan de la Cruz, no examinarán (¡otro examen!) de amor. Lo mejor sería aprobarlo todo y, como mínimo, el examen final, pero no se puede aprobar siempre.
La autoestima, el escalón de desarrollo próximo, el progresa (faltaría más) adecuadamente (por supuesto) son muy agradables para todos los involucrados en el proceceso de enseñanza-aprendizaje que lo llaman. Sin embargo, acaban dejando a los alumnos inermes ante la vida misma, cuando empiezan a caernos suspensos desde todas las esquinas. Entre otras cosas, deberíamos enseñarles a suspender con dignidad y espíritu de autocrítica y superación.
Ojala ningún alumno mío se aterrorice al leer este artículo. Al revés, que se regocije. En cualquier caso aprenderá algo importante: o mi asignatura, o aún más práctico, a suspender. Qué suerte.
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